José Antonio Torres
El temor se había apoderado de él. Los números no cuadraban, y la sociedad esperaba por los resultados. Se necesitaba de una salida urgente y discreta. El contador hacía malabares para buscar la forma de arreglarle el asunto al señor, hasta que, al final, se dio por vencido y gritó: ¡Que sepan la verdad, porque yo no puedo hacer milagros!
Al parecer, la suerte estaba echada, y fue cuando el pánico comenzó a apoderarse de la familia del señor.
“¿Qué será de los niños en la escuela cuando esto se sepa?”. Decía la señora mientras caminaba sin rumbo por los tres niveles de la lujosa vivienda.
Pensativo, tirado sobre un mueble, el señor manoseaba el catálogo que le había sido enviado a solicitud suya, sobre las características del último modelo Maybach.
-Creo que el auto tendrá que esperar-, se dijo, no sin antes reprochar a la mujer sobre los gastos excesivos en que incurría, y que, según él, fue lo que llamó la atención de las autoridades.
La discusión, que iba subiendo de tono, fue interrumpida por uno de los dos choferes, el de menor rango, ya que ambos son militares, para narrar una conversación que escuchó sobre una persona que reparaba auditorías.
La palabra auditoria fue suficiente para que el señor y la señora se interesaran en el tema, y pidieran detalles sobre el salvador de reputaciones.
Lo definió como un hombre delgado, mulato, de hablar pausado, que se crió en uno de los barrios pobres de la parte alta de la ciudad capital, pero que, de acuerdo a los comentarios de otros choferes de gente grande, el hombre es un “tolete” enderezando auditorías.
Dicen, continuó el chofer, que hasta ha evitado que muchos vayan a la cárcel, y que otros tantos queden evidenciados ante la sociedad.
El señor y la señora se miraron a los ojos, sonrieron, tomaron al chofer por los hombros y susurrándole a los oídos caminaron con él hacia la puerta principal de la inmensa mansión.
Santo Domingo, R.D., martes, 10 de enero de 2012.
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