MARIEN ARISTY CAPITÁN
Aunque han pasado pocos días desde que llegó, septiembre será inolvidable. Vistiendo un traje de dolor, ha mostrado lo peor de los que podemos llegar a ser.
Dos crímenes de diversa tesitura nos han enrostrado nuestra vulnerabilidad y nos han dicho, además, que este país tiene más de aldea retrógrada que de nación en vías de desarrollo.
El primer caso, más sonado, es el de José Carlos Hernández Hernández, un muchacho al que algunos decidieron condenar porque, a decir de ellos, el uso de tatuajes y piercings es sinónimo de cosas negativas e, incluso, diabólicas. Pero, ¿han pensado en que, amén de su atuendo o la vida que llevaba, no hizo nada para merecer esa forma de morir?
Cabe pensar, en otro orden, que las grandes pérdidas de capital que hemos tenido, a través de estafas y corrupción, las hicieron grandes personalidades que visten de saco, corbata y hasta caros gemelos. Si lo analizamos, descubriremos que quienes más no han dañado nunca se han tatuado. Bajo sus máscaras, esa de grandes señores, no se esconde nada divertido.
No sé cuándo entenderemos que las apariencias importan menos que la realidad. La calma aparente en la que vivimos es el mejor ejemplo: mientras la Policía declara su lucha contra el crimen, la gente muere a manos de delincuentes. El lunes pasado Hilario Mora fue asesinado por unos atracadores que le dispararon para robarle un arma. Pero las autoridades no ven la magnitud del problema. Eso nos muestra que las cosas no siempre son lo que parecen. Los prejuicios y la presunción no son buenos consejeros. Superémoslos.
Santo Domingo, R.D., jueves, 06 de septiembre de 2012.
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