KOLDO CAMPOS SAGASETA
Resulta deprimente constatar lo baldíos que pueden llegar
a ser los esfuerzos desplegados durante años y por tanta gente, en el interés
de que los medios de comunicación tomen conciencia de la violencia machista, de
la discriminación de la mujer; de que periodistas
y comunicadores vuelvan a reeducarse, a
pensarse como tales.
Recientemente, el periodista de un matutino dominicano
que refería el caso de dos militares muertos luego de que se balearan entre
ellos, además de recurrir al falso y tópico titular de la muerte que emplaza a
dos hombres “por el amor de una mujer”, se extendía, ya en la crónica, sobre la
mujer en disputa, “manzana de la discordia” la llamaba, y otros comentarios en
verdad indignantes.
Hace dos días volvía a repetirse el titular en referencia
a otro suceso y en otro periódico: “Joven se suicida luego de fuerte depresión
porque su novia lo dejó”. Y al igual que en la crónica anterior, el periodista
que llama la atención del lector sobre la novia que abandonara al joven, hasta
el punto de identificar a la novia por su nombre y apellidos (los dos), referir
su romance, citar su edad… Sólo le faltó publicar su teléfono y domicilio.
Como si el amor fuera un virus letal, se responsabiliza
al más hermoso de los sentimientos de ser la más miserable de las pasiones. Y
el enfermo no es el amor, es la manera en que muchos hombres, demasiados, viven
y matan el amor. Cada vez que un medio de comunicación al amparo de la crónica
de un feminicidio da cobertura al amor, está realmente haciéndose cómplice de
un asesinato, así sea como simple encubridor, porque convierte el amor, que no
estuvo en la escena del crimen, en el más comprensible de los pretextos para
una sociedad que sigue escondiendo en la bragueta, la de abajo y la de arriba,
a su peor enemigo.
Por hablar o por callarse, por denunciarlo o por
exculparlo, por soñar o por resignarse, nunca ha de faltar, hasta que lo
impidamos, el insulto, la amenaza, el golpe de un macho despechado y violento.
Por salir o por quedarse, por obediente o por insumisa, por fuerte o por
vulnerable, nunca ha de faltar, mientras lo consintamos, la discriminación, la
violación, la violencia machista. Porque es por ser mujer que se la margina,
que se la excluye, que se la mata.
Y ello ocurre con la connivencia de una justicia que
descarga de culpa al acusado so pretexto de provocaciones o arrebatos; con la
indolencia de una Iglesia que no tiene más propuestas que el arrepentimiento y
la oración; con el beneplácito de un Estado que siempre se las ingenia para
encontrar alguna nueva prioridad en las disponer políticas y recursos; con la
indiferencia de una sociedad que sigue sin exigir respuestas porque en su
triste ignorancia ni siquiera es consciente de la más terrible tragedia que
afecta a su desarrollo y a su convivencia; y con la complidad de unos medios de
comunicación que siguen amparando en crónicas y titulares los llamados “delitos
pasionales”.
La culpa de esta reiterada insistencia con que los medios
de comunicación contribuyen a la cultura que encumbra la violencia machista, no
es sólo de los periodistas. Los directores y dueños de los medios son quienes
más podrían hacer por estimular en sus redacciones y estudios otra visión y, en
consecuencia, otras maneras, porque es desalentador, aunque esta columna desmienta
mi estado de ánimo en el compromiso de seguir insistiendo, pero desespera
seguir asistiendo, un día sí y otro también, a crónicas infames que sirven de
coartada a esa violencia y que, incluso, atentan contra la propia ética
periodística… digo, si es que el delito del lucro que, por cierto, también es
pasional, la ha dejado con vida.
Santo Domingo, R.D., jueves, 06 de septiembre de 2012.
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