martes, 16 de octubre de 2012

La hora cero


 
Susi Pola

El viernes 12 de octubre pasado tres dominicanas perdieron la vida a manos de sus compañeros y una a manos de un vecino, una proyección que nos da idea del promedio aumentado de feminicidios que tendrá en 2012 la lista de estos casos.

Manuel Rodríguez, asesinó a su pareja sentimental Wilma Díaz, delante de su hijita de 14 meses, en New York; Pedro Nicolás Fondeur, mató a su esposa Liscania Vila, en San Pedro de Macorís; Gilberto González Cruz mató a su vecina María Xiomara Nova Mora y a su esposa Jacqueline Méndez, en el Ensanche Luperón. Los tres agresores feminicidas, se suicidaron después.

Ya no hay que contar más a quienes mueren por violencia basada en el género contra la mujer, ni tampoco las niñas y niños que quedan en la orfandad por  este concepto, porque ya son muchas, demasiado para un país tan pequeño que también exporta el patrón, como en el caso de la pareja dominicana de New York.

Los feminicidios perpetrados en los últimos meses son la muestra de una violencia ejecutada y no prevenida que nos desborda porque sus escenarios se  incrementado en truculencia, ampliándose a terceras personas, con mayor frecuencia delante de menores y alrededor de 30% de feminicidas que también se suicidan.

No estamos haciendo lo suficiente para prevenir estas violencias: la justicia penal sanciona cuando los hechos se han ejecutado; el sistema de salud no detecta las situaciones de violencia en las pacientes; el sistema educación, tampoco identifica violencias y mucho menos previene con sus currículas atrasadas, reforzadoras de mitos depredadores y del poder masculino a ultranza; el Estado no invierte en estrategias de disminución porque es insensible al género y sus consecuencias; y la comunidad, porque tiene el freno de los mitos y estereotipos culturales.

El caso de la joven madre asesinada por su ex compañero en Santiago, el domingo 30 de septiembre, puso al desnudo las deficiencias del sistema penal, envolviendo policía, Ministerio Público y poder judicial como corresponsables, y la crítica reclamante, se ensañó contra él.

Sin embargo, dentro de esa corresponsabilidad está el entorno familiar y comunitario que pasa días, meses y hasta años, observando como convidado de piedra, los episodios violentos que anteceden a un feminicidio sin reaccionar, esperando, porque “en pleitos de marido y mujer nadie se debe meter”, creen, y atestiguando el desenlace con expresiones más o menos afectadas, como, “…eso se veía venir…siempre tenían un pleito…a cada rato ella volvía”, etc.

Mientras el sistema formal del Estado reconoce y se disculpa, ¿Qué hacemos en las comunidades para prevenir estos crímenes? ¡Allí se determina si la hora cero es el anochecer o el amanecer!

Santo Domingo, R.D., martes, 16 de octubre de 2012.

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