Susi Pola
El viernes 12 de octubre pasado tres dominicanas
perdieron la vida a manos de sus compañeros y una a manos de un vecino, una
proyección que nos da idea del promedio aumentado de feminicidios que tendrá en
2012 la lista de estos casos.
Manuel Rodríguez, asesinó a su pareja sentimental Wilma
Díaz, delante de su hijita de 14 meses, en New York; Pedro Nicolás Fondeur,
mató a su esposa Liscania Vila, en San Pedro de Macorís; Gilberto González Cruz
mató a su vecina María Xiomara Nova Mora y a su esposa Jacqueline Méndez, en el
Ensanche Luperón. Los tres agresores feminicidas, se suicidaron después.
Ya no hay que contar más a quienes mueren por violencia
basada en el género contra la mujer, ni tampoco las niñas y niños que quedan en
la orfandad por este concepto, porque ya
son muchas, demasiado para un país tan pequeño que también exporta el patrón,
como en el caso de la pareja dominicana de New York.
Los feminicidios perpetrados en los últimos meses son la
muestra de una violencia ejecutada y no prevenida que nos desborda porque sus
escenarios se incrementado en
truculencia, ampliándose a terceras personas, con mayor frecuencia delante de
menores y alrededor de 30% de feminicidas que también se suicidan.
No estamos haciendo lo suficiente para prevenir estas violencias:
la justicia penal sanciona cuando los hechos se han ejecutado; el sistema de
salud no detecta las situaciones de violencia en las pacientes; el sistema
educación, tampoco identifica violencias y mucho menos previene con sus
currículas atrasadas, reforzadoras de mitos depredadores y del poder masculino
a ultranza; el Estado no invierte en estrategias de disminución porque es
insensible al género y sus consecuencias; y la comunidad, porque tiene el freno
de los mitos y estereotipos culturales.
El caso de la joven madre asesinada por su ex compañero
en Santiago, el domingo 30 de septiembre, puso al desnudo las deficiencias del
sistema penal, envolviendo policía, Ministerio Público y poder judicial como
corresponsables, y la crítica reclamante, se ensañó contra él.
Sin embargo, dentro de esa corresponsabilidad está el
entorno familiar y comunitario que pasa días, meses y hasta años, observando
como convidado de piedra, los episodios violentos que anteceden a un
feminicidio sin reaccionar, esperando, porque “en pleitos de marido y mujer
nadie se debe meter”, creen, y atestiguando el desenlace con expresiones más o
menos afectadas, como, “…eso se veía venir…siempre tenían un pleito…a cada rato
ella volvía”, etc.
Mientras el sistema formal del Estado reconoce y se
disculpa, ¿Qué hacemos en las comunidades para prevenir estos crímenes? ¡Allí
se determina si la hora cero es el anochecer o el amanecer!
Santo Domingo, R.D., martes, 16 de octubre de 2012.
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