viernes, 17 de diciembre de 2010

Las palabras más bonitas del castellano


Yasir Mateo Candelier

Conozco al cónsul de un país sudamericano destacado aquí, en Madrid. El señor tiene fama de ser inflexible en el manejo de los recursos que asigna el presupuesto del ministerio de exteriores de su país a la representación consular que dirige. El dinero de su pueblo. 

Cuando surge algún problema en su trabajo, no se esconde ni esquiva responsabilidades con excusas. Siempre da la cara. No ha subido al rango de embajador que le corresponde por derecho hace ya algunos años porque cuando no encuentra que las cosas se hacen bien, reclama, opina, patalea. Las personas pensantes y éticas siempre molestan, estén donde estén. 

El cónsul es una persona muy cercana y accesible a la comunidad que representa radicada en España debido a que es su trabajo, y además porque disfruta y se complace en ello. Como es un funcionario de carrera -en su país el acceso al funcionariado estatal está organizado democráticamente- no hace campaña política ni reparte el dinero de los impuestos de sus conciudadanos a una claque, sino que trabaja para todos sus compatriotas, sin distinción de banderías políticas ni estatus social. 

Siempre jovial, amable, ocurrente. Su experiencia incluye una estada en Santo Domingo a mediados de los años ochenta. Una vez llegó allí, le asaltaron. Este es su relato de los hechos comunicado a quien escribe hace más de un año: 

-Mientras caminaba por la calle, se me acercó una motocicleta con dos tipos. Uno de ellos tenía una pistola, me la puso en el pecho y me dijo que le diera mi cartera y el reloj que tenía puesto. No ofrecí resistencia. Se quedaron con lo que me pidieron, devolviéndome los documentos que portaba. El dominicano es tan amable, Yasir, que los delincuentes, luego de robarme y concientes de que me dejaban sin un cobre, me llevaron al hotel donde me alojaba en la misma motocicleta que usaron para desvalijarme- se ríe. 

-Bueno, señor cónsul, esa era la generación de delincuentes que teníamos antes. Ahora tenemos una generación de asaltantes y ladrones un poquito menos humanitaria. 

-¿Cómo así?- me preguntó con curiosidad. 

-Siga mi consejo si quiere celebrar más cumpleaños. Si vuelve a la capital dominicana, no salga a caminar solo por la calle. Es más, no camine... en fin, que mejor no salga de su habitación de hotel o de su casa. 

Por otra parte, mientras yo trabajaba para la embajada dominicana en un país de Centroamérica, fui a Santo Domingo de vacaciones y allí conocí un nutrido grupo de cónsules dominicanos destinados en varias ciudades del mundo, pero con asiento en un bar de la Zona Colonial de la capital. Un conocido de mi padre, individuo bonachón, se encargó de orientarme en la randonée: 

-¿Ves ese tipo de allí con cara de mamón? 

-Sí, bueno, veo más la cara de mamón que al tipo. 

-Bueno, mijo, pues ese es Fulano de Tal, cónsul dominicano en la ciudad X. 

-Y a ese calvo que está sentado en la banca de la esquina con un trago de whisky, ¿lo ves? 

-Sí, bastante bien. 

-Pues ese es Percencejo, cónsul en X ciudad de Europa. ¿O acaso pensabas que ese hombre tan delicao iba a coger ese frío por allá? Luego se dirigió a mí, en tono reproche. 

Y tú, buen pendejo, dizque todo el año en ese país del culo donde te mandaron. ¡Ven pá´ cá, coño, que en este país todo es un relajo!- Y así continuó mi tour por aquél bar tan acogedor. 

No me sentí ni bien ni mal por los comentarios de aquél señor ni por el hecho de que muchos representantes de nuestro país cobren en dólares y gasten en pesos pasando la mayor parte del año en nuestro cálido terruño. En sentido práctico, él tenía razón. En sentido práctico, los cónsules dominicanos que conocí en aquél bar tenían razón. No pocas veces me he visto en situaciones donde soy el bicho raro, el contracultural. Pero soy de los que creen que la conducta de una población específica no se modifica en masa, sino individualmente. Yo sólo creo en el individuo aislado y específico, el cual, junto a otros individuos, pueden formar un conglomerado humano coherente, un pueblo viable. 

Hablo por teléfono con mi amigo, el cónsul sudamericano. Noté su voz apagada. Sus palabras llegaban como arrastrándose a mis oídos. Algo andaba mal. Me acordé de una obra de maestra de Ingmar Bergman, una película que se llama “El séptimo sello” (Det sjunde inseglet), donde uno de los protagonistas juega una partida de ajedrez con la muerte, albergando la vana ilusión de un triunfo. El juego duró más o menos tiempo, pero la muerte se impuso. ¿Tenía algo que ver la voz apagada de mi estimado cónsul con su individual partida de ajedrez frente la muerte? ¿Tendría su contrincante la delicadeza de avisarle el jaque mate? Y a mí, por ejemplo, ¿me avisaría?, ¿o simplemente ejecutaría la jugada final sin previo aviso? 

Poco después, recibo una llamada del amigo. Quería que nos reuniésemos algunos individuos a celebrar. ¿A celebrar qué? Ya te cuento. 

Resulta que al cónsul le encontraron una protuberancia en el estómago y luego de que se la removieran, había acudido al médico a recibir el resultado de la biopsia. Él pensó que era su final. Aviso de jaque mate. Pero el médico, luego de examinado el lipoma en el laboratorio, le dijo que no era cancerígeno. 

Reflexioné que la palabra más bonita del castellano no es AMOR, como demuestran muchos resultados de encuestas. ¡Mentira!; las palabras más bonitas del castellano son dos: la primera, la conjugación del verbo “ser” en tercera persona seguida de otra hermosa palabra, y ambas provienen generalmente de un médico: ES BENIGNO. Un intermedio feliz. Mi amigo el cónsul volvió a sentarse a nuestro lado a acompañarnos en nuestras individuales partidas de ajedrez. Él confesó que había hecho algunas malas jugadas que hubiesen podido acortar el tiempo de su partida ante el poderoso contrincante: El cigarrillo, el trago...; pero volvió a sentarse y a mover sus piezas, quizás con la ilusión de que la partida se prolongue por mucho tiempo más. La misma ilusión que tenemos todos. La misma ilusión que a veces tengo yo.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac...

Madrid, España, 17 de diciembre de 2010.

No hay comentarios:

Translate